
CORSARIOS MÁS FAMOSOS
Entre los corsarios que actuaron bajo autorización de su país destacan:

- Francis Drake (Imperio británico)
- Pieter van der Does (Imperio neerlandés)
- Amaro Pargo (Imperio español)
- Jeireddín Barbarroja (Imperio otomano)
- Hippolyte Bouchard (Provincias Unidas del Río de la Plata)
- Miguel Enríquez (Imperio español)
- Robert Surcouf (Imperio francés)
- Lars Gathenhielm (Imperio sueco)
- Ingela Gathenhielm (Imperio sueco)
Durante los siglos XVI al XVIII, las potencias europeas como Inglaterra, Francia, España y los Países Bajos utilizaron ampliamente el corso como estrategia de guerra económica. En el Caribe, figuras como Francis Drake o Henry Morgan —este último al servicio de Inglaterra— saquearon puertos y flotas españolas, actuando bajo patentes reales. En el Mediterráneo, tanto los estados cristianos como los berberiscos emplearon corsarios para hostigar rutas comerciales rivales, en un enfrentamiento prolongado en el que la captura de bienes y personas era moneda corriente.
Diferencia entre piratas y corsarios

Sin embargo, a lo largo de la historia muchas veces el límite se vuelve difuso por la propia naturaleza de la cuestión, ya que los gobiernos en guerra daban autorizaciones, muchas veces indiscriminadamente, permitiendo que los particulares realizaran actos de piratería bajo un marco de aparente legalidad.
En Hispanoamérica

El declive de los corsarios
Durante el siglo XIX, el corso entró en declive. El Congreso de Viena (1815) y, posteriormente, la Declaración de París (1856), firmada por varias potencias europeas, buscó abolir formalmente la práctica. Sin embargo, algunos estados, incluidos Estados Unidos y España, no adhirieron inmediatamente, y el uso de naves corsarias no desapareció por completo. En el siglo XX, durante las dos guerras mundiales, potencias como el Imperio Alemán y la Alemania nazi revivieron tácticas similares, aunque sin recurrir a patentes de corso en el sentido tradicional.
En las guerras mundiales

Durante la Segunda Guerra Mundial, la Kriegsmarine desplegó una flota de cruceros auxiliares, conocidos como Hilfskreuzer, que operaban como barcos mercantes disfrazados pero estaban armados secretamente y equipados para largas travesías. Entre los más notorios se encontraban el Atlantis (HSK-2), el Orion (HSK-1), el Komet (HSK-7) y el Pinguin (HSK-5). Estos barcos surcaron todos los océanos, hundiendo o capturando decenas de mercantes aliados. Aunque carecían de patentes de corso formales —la práctica había sido ampliamente desacreditada en el derecho internacional—, su misión consistía en ejercer una guerra de corso de facto, interrumpiendo rutas comerciales sin comprometer la flota de superficie alemana.

La guerra submarina, especialmente con los U-Boot alemanes, asumió gran parte del rol que antes desempeñaban los corsarios, al centrarse en la interrupción del tráfico marítimo enemigo. Sin embargo, los cruceros auxiliares mantuvieron una conexión simbólica y táctica con la tradición corsaria, al combinar el sigilo, la sorpresa y la autonomía operativa en vastos escenarios oceánicos.
A lo largo de su evolución, los corsarios reflejaron las necesidades estratégicas de las naciones en contextos de guerra asimétrica. Desde los mares del Caribe hasta los océanos del siglo XX, su existencia estuvo ligada a la capacidad de proyectar poder naval sin disponer de flotas convencionales, mediante la autorización estatal de actores privados o semiprivados para hostigar al enemigo en alta mar.
