Patente de corso de 1720
Patente de corso de 1720
Los corsarios fueron actores recurrentes en la historia naval desde la Edad Moderna hasta el siglo XX. A diferencia de los piratas, operaban bajo autorización estatal —en forma de patentes de corso— que les permitía atacar embarcaciones enemigas en tiempos de guerra, repartiendo parte del botín con la potencia que los comisionaba. Esta práctica se extendió por siglos y geografías diversas, adaptándose a contextos políticos y tecnológicos cambiantes.

CORSARIOS MÁS FAMOSOS

Entre los corsarios que actuaron bajo autorización de su país destacan:

El barco East Indiaman Kent (izquierda) luchando contra el Confiance, un barco privado comandado por el corsario francés Robert Surcouf en octubre de 1800. Pintura de Ambroise Louis Garneray.

  • Francis Drake (Imperio británico)
  • Pieter van der Does (Imperio neerlandés)
  • Amaro Pargo (Imperio español)
  • Jeireddín Barbarroja (Imperio otomano)
  • Hippolyte Bouchard (Provincias Unidas del Río de la Plata)
  • Miguel Enríquez (Imperio español)
  • Robert Surcouf (Imperio francés)
  • Lars Gathenhielm (Imperio sueco)
  • Ingela Gathenhielm (Imperio sueco)

Durante los siglos XVI al XVIII, las potencias europeas como Inglaterra, Francia, España y los Países Bajos utilizaron ampliamente el corso como estrategia de guerra económica. En el Caribe, figuras como Francis Drake o Henry Morgan —este último al servicio de Inglaterra— saquearon puertos y flotas españolas, actuando bajo patentes reales. En el Mediterráneo, tanto los estados cristianos como los berberiscos emplearon corsarios para hostigar rutas comerciales rivales, en un enfrentamiento prolongado en el que la captura de bienes y personas era moneda corriente.

Diferencia entre piratas y corsarios

Sir Francis Drake, 1540-96.
Francis Drake retratado por Marcus Gheeraerts el Joven en 1591.
La diferencia teórica entre un pirata y un corsario radica en la legalidad de sus actos. Ambos grupos se dedicaban a saquear barcos, pero los piratas lo hacían violando las leyes por beneficio propio, en paz o guerra, contra cualquier enemigo, mientras que los corsarios lo hacían solo en tiempos de guerra y bajo el permiso de un gobierno incorporado a su pabellón naval, que se lo otorgaba para acabar con el tráfico marítimo y así debilitar a la nación enemiga. También se dice que se han enfrentado mutuamente entre sí.

Sin embargo, a lo largo de la historia muchas veces el límite se vuelve difuso por la propia naturaleza de la cuestión, ya que los gobiernos en guerra daban autorizaciones, muchas veces indiscriminadamente, permitiendo que los particulares realizaran actos de piratería bajo un marco de aparente legalidad.

En Hispanoamérica

Retrato de Hipólito Bouchard (1780-1837)
Retrato de Hipólito Bouchard (1780-1837)
En el contexto de las guerras de independencia latinoamericanas, la figura del corsario resurgió con renovado propósito. En la Guerra de la Independencia Argentina, el gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata emitió patentes de corso para debilitar el poder naval español. Uno de los casos más destacados fue el del marino francés naturalizado argentino Hipólito Bouchard. Al mando de la fragata La Argentina, Bouchard realizó una campaña que lo llevó a operar desde el Pacífico hasta las Filipinas y California, atacando puertos y embarcaciones leales a la Corona española. Su expedición, legalmente autorizada por el gobierno de Buenos Aires, tuvo como objetivo interrumpir el comercio colonial español y demostrar la capacidad naval de la joven nación sudamericana.

El declive de los corsarios

Durante el siglo XIX, el corso entró en declive. El Congreso de Viena (1815) y, posteriormente, la Declaración de París (1856), firmada por varias potencias europeas, buscó abolir formalmente la práctica. Sin embargo, algunos estados, incluidos Estados Unidos y España, no adhirieron inmediatamente, y el uso de naves corsarias no desapareció por completo. En el siglo XX, durante las dos guerras mundiales, potencias como el Imperio Alemán y la Alemania nazi revivieron tácticas similares, aunque sin recurrir a patentes de corso en el sentido tradicional.

En las guerras mundiales

El SMS Seeadler capturando al Cambronne frente a la costa brasileña el 20 de marzo de 1917. Representado por Willy Stöwer
En la Primera Guerra Mundial, el capitán Felix von Luckner comandó el velero SMS Seeadler, un barco camuflado como mercante que fue utilizado por la Marina Imperial Alemana para hundir o capturar buques aliados. Aunque técnicamente era un buque de guerra, su estrategia —basada en el engaño, el abordaje y la destrucción selectiva de mercantes— evocaba las tácticas clásicas del corso.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la Kriegsmarine desplegó una flota de cruceros auxiliares, conocidos como Hilfskreuzer, que operaban como barcos mercantes disfrazados pero estaban armados secretamente y equipados para largas travesías. Entre los más notorios se encontraban el Atlantis (HSK-2), el Orion (HSK-1), el Komet (HSK-7) y el Pinguin (HSK-5). Estos barcos surcaron todos los océanos, hundiendo o capturando decenas de mercantes aliados. Aunque carecían de patentes de corso formales —la práctica había sido ampliamente desacreditada en el derecho internacional—, su misión consistía en ejercer una guerra de corso de facto, interrumpiendo rutas comerciales sin comprometer la flota de superficie alemana.

El crucero auxiliar Atlantis
El crucero auxiliar Atlantis
El Atlantis, bajo el mando del capitán Bernhard Rogge, se convirtió en uno de los más exitosos, operando durante más de 600 días y destruyendo o capturando 22 buques. El Komet, comandado por Robert Eyssen, incluso utilizó rutas inusuales, como el paso del norte de Siberia con ayuda soviética, para evadir la vigilancia aliada y atacar en el Pacífico.

La guerra submarina, especialmente con los U-Boot alemanes, asumió gran parte del rol que antes desempeñaban los corsarios, al centrarse en la interrupción del tráfico marítimo enemigo. Sin embargo, los cruceros auxiliares mantuvieron una conexión simbólica y táctica con la tradición corsaria, al combinar el sigilo, la sorpresa y la autonomía operativa en vastos escenarios oceánicos.

A lo largo de su evolución, los corsarios reflejaron las necesidades estratégicas de las naciones en contextos de guerra asimétrica. Desde los mares del Caribe hasta los océanos del siglo XX, su existencia estuvo ligada a la capacidad de proyectar poder naval sin disponer de flotas convencionales, mediante la autorización estatal de actores privados o semiprivados para hostigar al enemigo en alta mar.