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DICCIONARIO DEL DIABLOde Ambrose Bierce |
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Caaba, s. Piedra de gran tama�o ofrecida por el arc�ngel Gabriel al patriarca Abraham, que se conserva en La Meca. Es posible que el patriarca le haya pedido al arc�ngel un pedazo de pan. Cabezas redondas, s. Miembros del partido parlamentario en la guerra civil inglesa, llamados as� por su costumbre de usar el cabello corto, mientras que sus enemigos, los Caballeros, los llevaban largos. Hab�a otras diferencias entre ellos, pero la moda en el peinado constitu�a la causa fundamental de sus reyertas. Los Caballeros eran realistas porque su rey, un individuo indolente, prefer�a dejarse crecer el pelo antes que lavarse el cuello. Los Cabezas Redondas, en su mayor�a barberos y fabricantes de jab�n, consideraban eso como un insulto a su profesi�n; es natural que el cuello del monarca fuese el objeto de su particular indignaci�n. Hoy, los descendientes de los beligerantes se peinan todos igual, pero las brasas del odio encendido en aquel antiguo conflicto siguen ardiendo bajo las cenizas de la cortes�a brit�nica. Cabo, s. Hombre que ocupa el �ltimo pelda�o de la escalera militar; cuando un cabo cae en combate, el golpe es menor. Cagada de mosca, s. Prototipo de la puntuaci�n. Observa garvinus que los sistemas de puntuaci�n usados por los distintos pueblos que cultivan una literatura, depend�an originalmente de los h�bitos sociales y la alimentaci�n general de las moscas que infestaban los diversos pa�ses. Estos animalitos, que siempre se han caracterizado por su amistosa familiaridad con los autores, embellecen con mayor o menor generosidad, seg�n los h�bitos corporales, los manuscritos que crecen bajo la pluma, haciendo surgir el sentido de la obra por una especie de interpretaci�n superior a, e independiente de, los poderes del escritor. Los "viejos maestros" de la literatura, --es decir los escritores primitivos cuya obra es tan estimada por los escribas y cr�ticos que usan luego el mismo idioma-- jam�s puntuaban, sino que escrib�an a vuelapluma sin esa interrupci�n del pensamiento que produce la puntuaci�n. (Lo mismo observamos en los ni�os de hoy, lo que constituye una notable y hermosa aplicaci�n de la ley seg�n la cual la infancia de los individuos reproduce los m�todos y estadios de desarrollo que caracterizan a la infancia de las razas.). Los modernos investigadores, con sus instrumentos �pticos y ensayos qu�micos, han descubierto que toda la puntuaci�n de esos antiguos escritos, ha sido insertada por la ingeniosa y servicial colaboradora de los escritores, la mosca dom�stica o "Musca maledicta". Al transcribir esos viejos manuscritos, ya sea para apropiarse de las obras o para preservar lo que naturalmente consideraban como revelaciones divinas, los literatos posteriores copian reverente y minuciosamente todas las marcas que encuentran en los papiros y pergaminos, y de ese modo la lucidez del pensamiento y el valor general de la obra se ven milagrosamente realzados. Los autores contempor�neos de los copistas, por supuesto, aprovechan esas marcas para su propia creaci�n, y con la ayuda que les prestan las moscas de su propia casa, a menudo rivalizan y hasta sobrepasan las viejas composiciones, por lo menos en lo que ata�e a la puntuaci�n, que no es una gloria desde�able. Para comprender plenamente los importantes servicios que la mosca presta a la literatura, basta dejar una p�gina de cualquier novelista popular junto a un platillo con crema y melaza, en una habitaci�n soleada, y observar c�mo el ingenio se hace m�s brillante y el estilo m�s refinado, en proporci�n directa al tiempo de exposici�n. Cagatintas, s. Funcionario �til que con frecuencia dirige un peri�dico. En esta funci�n est� estrechamente ligado al chantajista por el v�nculo de la ocasional identidad; en realidad el cagatintas no es m�s que el chantajista bajo otro aspecto, aunque este �ltimo aparece a menudo como una especie independiente. El cagatintismo es m�s despreciable que el chantaje, as� como el estafador es m�s despreciable que el asaltante de caminos. Caim�n, s. Cocodrilo de Am�rica, superior, en todo, al cocodrilo de las decadentes monarqu�as del Viejo Mundo. Herodoto dice que, el Indus es, con una excepci�n, el �nico r�o que produce cocodrilos; estos, sin embargo, parecen haberse trasladado al Oeste, y haber crecido con los otros r�os. Calamidad, s. Recordatorio evidente e inconfundible de que las cosas de esta vida no obedecen a nuestra voluntad. Hay dos clases de calamidades: las desgracias propias y la buena suerte ajena. Camello, s. Cuadr�pedo ("Palmipes Jorobidorsus") muy apreciado en el negocio circense. Hay dos clases de camellos: el camello propiamente dicho y el camello impropiamente dicho. Este �ltimo es el que siempre se exhibe. Camino, s. Faja de tierra que permite ir de donde uno est� cansado a donde es in�til ir. Candidatear, s. Someter a alguien al m�s elevado impuesto pol�tico. Proponer una persona adecuada para que sea enlodada y abucheada por la oposici�n. Candidato, s. Caballero modesto que renuncia a la distinci�n de la vida privada y busca afanosamente la honorable oscuridad de la funci�n p�blica. Cangrejo, s. Peque�o crust�ceo parecido a la langosta, aunque menos indigerible. En este animalito est� admirablemente figurada y simbolizada la sabidur�a humana; porque as� como el cangrejo se mueve s�lo hacia atr�s, y s�lo puede tener una mirada retrospectiva, no viendo otra cosa que los peligros ya pasados, as� la sabidur�a del hombre no le permite eludir las locuras que asedian su marcha, sino �nicamente aprender su naturaleza con posterioridad. Can�bal, s. Gastr�nomo de la vieja escuela, que conserva los gustos simples y la dieta natural de la �poca preporcina. C��amo, s. Planta con cuya corteza fibrosa se hacen collares, que suelen usarse al aire libre en una ceremonia precedida de oratoria; el que se pone uno de esos collares, deja de tener fr�o. Ca��n, s. Instrumento usado en la rectificaci�n de las fronteras. Capacidad, s. Conjunto de dotes naturales que permiten realizar una peque�a parte de las ambiciones m�s mezquinas que distinguen a los hombres capaces de los muertos. En �ltimo an�lisis, la capacidad consiste, por lo general, en un alto grado de solemnidad. Es posible, sin embargo, que esta notable cualidad sea apreciada a justo t�tulo; ser solemne, no es tarea f�cil. Capital, s. Sede del desgobierno. Lo que provee el fuego, la olla, la cena, la mesa, el cuchillo y el tenedor al anarquista, quien s�lo contribuye con la desgracia antes de la comida. Carcaj, s. Vaina port�til en que el antiguo estadista y el abnegado aborigen transportaban su argumento m�s liviano. Carnada, s. Preparado que hace m�s apetitoso el anzuelo. La belleza es la mejor de las carnadas. Carne, s. Segunda Persona de la Trinidad secular. Carne de gusano, s. Producto terminado del que somos la materia prima. Contenido del Taj Mahal, el Monumento a napole�n y el Grantarium. La estructura que la alberga suele sobrevivirle, aunque tambi�n ella "ha de irse con el tiempo". Probablemente la tarea m�s necia que puede ocupar a un ser humano es la construcci�n de su propia tumba; el prop�sito solemne que lo anima en tales casos acent�a por contraste la previsible futilidad de su empresa. Carn�voro, adj. D�cese del que cruelmente acostumbra devorar al t�mido vegetariano, a sus herederos y derechohabientes. Carro f�nebre, s. Cochecito de ni�os de la muerte. Cartesiano, adj. Relativo a Descartes, famoso fil�sofo, autor de la c�lebre sentencia "Cogito, ergo sum", con la que pretende demostrar la realidad de la existencia humana. Esa m�xima podr�a ser perfeccionada en la siguiente forma: "Cogito, cogito, ergo cogito sum" ("Pienso que pienso, luego pienso que existo"), con lo que se estar�a m�s cerca de la verdad que ning�n fil�sofo hasta ahora. Casa, s. Estructura hueca construida para habitaci�n del hombre, la rata, el escarabajo, la cucaracha, la mosca, el mosquito, la pulga, el bacilo y el microbio. "Casa de correcci�n": lugar de recompensa por servicios pol�ticos o personales. "Casa de dios": edificio coronado por un campanario y una hipoteca. "Perro Guardi�n de la Casa": bestia pestilente encargada de insultar a los transe�ntes y aterrar a los visitantes. "Sirvienta de la Casa": persona joven, del sexo opuesto, a quien se emplea para que se muestre variadamente desagradable e ingeniosamente desalineada en la situaci�n que el bondadoso Dios le ha dado. Castigo, s. Lluvia de fuego y azufre que cae sobre los justos e igualmente sobre los injustos que no se han protegido expulsando a los primeros. Celo, s. Cierto desorden nervioso que afecta a los j�venes e inexpertos. Pasi�n que precede a una prosternaci�n. Celoso, adj. Indebidamente preocupado por conservar lo que s�lo se puede perder cuando no vale la pena conservarlo. Cementerio, s. Terreno suburbano aislado donde los deudos conciertan mentiras, los poetas escriben contra una v�ctima indefensa y los lapidarios apuestan sobre la ortograf�a. Los siguientes epitafios demuestran el �xito alcanzado por estos juegos ol�mpicos: "Sus virtudes eran tan notorias que sus enemigos, incapaces de pasarlas por alto, las negaron, y sus amigos, refutados por ellas en sus vidas insensatas, las arguyeron por vicios. Esas virtudes son aqu� conmemoradas por su familia, que las comparti�." "Aqu� en la tierra nuestro amor prepara. Un lugarcito a la peque�a Clara. Que todos compadezcan nuestro duelo Y el arc�ngel Gabriel la lleve al cielo." Cenobita, s. Hombre que piadosamente se encierra para meditar en el pecado; y que para mantenerlo fresco en la memoria, se une a una comunidad de atroces pecadores. Centauro, s. Miembro de una raza de personas que existi� antes que la divisi�n del trabajo alcanzara su grado actual de diferenciaci�n, y que obedec�an la primitiva m�xima econ�mica. "A cada hombre su propio caballo". El mejor fue Quir�n, que un�a la sabidur�a y las virtudes del caballo a la rapidez del hombre. Cerbero, s. El perro guardi�n del Hades, que custodiaba su entrada, no se sabe contra qui�n, puesto que todo el mundo, tarde o temprano, deb�a franquearla, y nadie deseaba forzarla. Es sabido que Cerbero tuvo tres cabezas, pero algunos poetas le atribuyeron hasta un centenar. El profesor Graybill, cuyo erudito y profundo conocimiento del griego da a su opini�n un peso enorme, ha promediado todas esas cifras, llegando a la conclusi�n de que Cerbero tuvo veintisiete cabezas; juicio que ser�a decisivo si el profesor Graybill hubiera sabido: a) algo de perros y b) algo de aritm�tica. Cerdo, s. Ave notable por la un�versalidad de su apetito, y que sirve para ilustrar la universalidad del nuestro. Los mahometanos y jud�os no favorecen al cerdo como producto alimenticio, pero lo respetan por la delicadeza de sus costumbres, la belleza de su plumaje y la melod�a de su voz. Esta ave es particularmente apreciada como cantante: una jaula llena, puede hacer llorar a m�s de cuatro. El nombre cient�fico de este pajarito es Porcus rockefelleri. El se�or Rockefeller no descubri� el cerdo, pero se lo considera suyo por derecho de semejanza. Cerebro, s. Aparato con que pensamos que pensamos. Lo que distingue al hombre contento, con "ser" algo del que quiere "hacer" algo. Un hombre de mucho dinero, o de posici�n prominente, tiene por 32 lo com�n tanto cerebro en la cabeza que sus vecinos no pueden conservar el sombrero puesto. En nuestra civilizaci�n y bajo nuestra forma republicana de gobierno, el cerebro es tan apreciado que se recompensa a quien lo posee eximi�ndolo de las preocupaciones del poder. Cerradura, s. Divisa de la civilizaci�n y el progreso. Cetro, s. Bast�n de mando de un rey, signo y s�mbolo de su autoridad. Originariamente era una maza con que el soberano reprend�a a su buf�n y vetaba las medidas ministeriales, rompiendo los huesos a sus proponentes. Cimitarra, s. Espada curva de extremado filo en cuyo manejo ciertos orientales alcanzan extraordinario virtuosismo, como ilustra el incidente que narraremos, traducido del japon�s de Shushi Itama, famoso escritor del siglo trece: Cuando el gran GichiKuktai era Mikado, conden� a la decapitaci�n a Jijiji Ri, alto funcionario de la Corte. Poco despu�s del momento se�alado para la ceremonia, �cu�l no ser�a la sorpresa de Su Majestad al ver que el hombre que debi� morir diez minutos antes, se acercaba tranquilamente al trono! --�Mil setecientos dragones!-- exclam� el enfurecido monarca--. �No te conden� a presentarte en la plaza del mercado, para que el verdugo p�blico te cortara la cabeza a las tres? �Y no son ahora las tres y diez?--Hijo de mil ilustres deidades --respondi� el ministro condenado--, todo lo que dices es tan cierto, que en comparaci�n la verdad es mentira. Pero los soleados y vivificantes deseos de Vuestra Majestad han sido pestilentemente descuidados. Con alegr�a corr� y coloqu� mi cuerpo indigno en la plaza del mercado. Apareci� el verdugo con su desnuda cimitarra, ostentosamente la flore� en el aire y luego, d�ndome un suave toquecito en el cuello, se march�, apedreado por la plebe, de quien siempre he sido un favorito. Vengo a reclamar que caiga la justicia sobre su deshonorable y traicionera cabeza. --�A qu� regimiento de verdugos pertenece ese miserable de negras entra�as?--Al gallardo Nueve mil Ochocientos Treinta y Siete. Lo conozco. Se llama SakkoSamshi. --Que lo traigan ante m� --dijo el Mikado a un ayudante, y media hora despu�s el culpable estaba en su Presencia. --�Oh, bastardo, hijo de un jorobado de tres patas sin pulgares! --rugi� el soberano-- �Por qu� has dado un suave toquecito al cuello que debiste tener el placer de cercenar? --Se�or de las cig�e�as y de los Cerezos--respondi�, inmutable, el verdugo--, ord�nale que se suene las narices con los dedos. Orden�lo el rey. Jijiji Ri sujet�se la nariz y resopl� como un elefante. Todos esperaban ver c�mo la cabeza cercenada saltaba con violencia, pero nada ocurri�. La ceremonia prosper� pac�ficamente hasta su fin. Todos los ojos se volvieron entonces al verdugo, quien se hab�a puesto tan blanco como las nieves que coronan el Fujiyama. Le temblaban las piernas y respiraba con un jadeo de terror. --�Por mil leones de colas de bronce! --grit�-- �Soy un espadach�n arruinado y deshonrado! �Golpe� sin fuerza al villano, porque al florear la cimitarra la hice atravesar por accidente mi propio cuello! Padre de la Luna, renuncio a mi cargo. Dicho esto, agarr� su coleta, levant� su cabeza y avanzando hacia el trono, la deposit� humildemente a los pies del Mikado. C�nico, s. Miserable cuya defectuosa vista le hace ver las cosas como son y no como debieran ser. Los escitas acostumbran arrancar los ojos a los c�nicos para mejorarles la visi�n. Circo, s. Lugar donde se permite a caballos, "ponies" y elefantes contemplar a los hombres, mujeres y ni�os en el papel de tontos. Cita, s. Repetici�n err�nea de palabras ajenas. Clarinete, s. Instrumento de tortura manejado por un ejecutor con algod�n en los o�dos. Hay instrumentos peores que un clarinete: dos clarinetes. Clept�mano, s. Ladr�n rico. Cl�rigo, s. Hombre que se encarga de administrar nuestros negocios espirituales, como m�todo de favorecer sus negocios temporales. Clio, s. Una de las Nueve Musas. La funci�n de Clio era presidir la Historia. Lo hizo con gran dignidad. Muchos de los ciudadanos prominentes de Atenas ocuparon asientos en el estrado cuando hablaban los se�ores Jenofonte, Herodoto y otros oradores populares. Cobarde, adj. D�cese del que en una emergencia peligrosa piensa con las piernas. Cociente, s. N�mero que expresa la cantidad de veces que una suma de dinero perteneciente a una persona est� contenida en el bolsillo de la otra; la cifra exacta depende de la capacidad del bolsillo. Col, s. Legumbre familiar comestible, similar en tama�o e inteligencia a la cabeza de un hombre. La col deriva su nombre del pr�ncipe Colius, que al subir al trono nombr� por decreto un Supremo Consejo Imperial formado por los ministros del gabinete anterior y por las coles del jard�n real. Cada vez que una medida pol�tica de Su Majestad fracasaba rotundamente, se anunciaba con toda solemnidad que varios miembros del supremo Consejo hab�an sido decapitados, y con esto se acallaban las murmuraciones de los s�bditos. Cola, s. Parte del espinazo de un animal que ha trascendido sus limitaciones naturales para llevar una existencia independiente en un mundo propio. Salvo en el estado fetal, el hombre carece de cola, privaci�n cuya conciencia hereditaria se manifiesta en los faldones de la levita masculina y la "cola" del vestido femenino, as� como en una tendencia a adornar esa parte de su vestimenta donde deber�a estar -- indudablemente estuvo alguna vez-- la cola. Esta tendencia es m�s observable en la hembra de la especie, en quien ese sentimiento ancestral es fuerte y persistente. Los hombres coludos que describe Lord Monboddo son, seg�n se cree ahora, el producto de una imaginaci�n extraordinariamente susceptible a influencias generadas en la edad dorada de nuestro pasado piteco. Comer, v. .i. Realizar sucesivamente (y con �xito) las funciones de la masticaci�n, salivaci�n y degluci�n. --Me encontraba en mi sal�n, gozando de la cena...--dijo un d�a BriSavarin, comenzando una an�cdota. --�Qu�! --interrumpi� Rochebriant-- �Cenando en el sal�n?-- Le ruego observar, se�or, --explic� el gran gastr�nomo--, que yo no dije que estaba cenando, sino gozando de la cena. Hab�a cenado una hora antes. Comercio, s. Especie de transacci�n en que A roba a B los bienes de C, y en compensaci�n B sustrae del bolsillo de D dinero perteneciente a E. Comestible, adj. D�cese de lo que es bueno para comer, y f�cil de digerir, como un gusano para un sapo, un sapo para una v�bora, una v�bora para un cerdo, un cerdo para un hombre, y un hombre para un gusano. Complacer, v. t. Poner los cimientos para una superestructura de imposiciones. C�mplice, s. El que con pleno conocimiento de causa se asocia al crimen de otro; como un abogado que defiende a un criminal, sabi�ndolo culpable. Este punto de vista no ha merecido hasta ahora la aprobaci�n de los abogados, porque nadie les ofreci� honorarios para que lo aprobaran. Comprometido, adj. Provisto de un aro en el tobillo para sujetar la cadena y los grilletes. Compromiso, s. Arreglo de intereses en conflicto que da a cada adversario la satisfacci�n de pensar que ha conseguido lo que no debi� conseguir, y que no le han despojado de nada salvo lo que en justicia le correspond�a. Compulsi�n, s. La elocuencia del poder. Condolerse, v.r. Demostrar que el luto es un mal menor que la simpat�a. Conferencista, s. Alguien que le pone a usted la mano en su bolsillo, la lengua en su o�do, y la fe en su paciencia. Confidente, s. Aqu�l a quien A conf�a los secretos de B, que le fueron confiados por C. Confort, s. Estado de �nimo producido por la contemplaci�n de la desgracia ajena. Congratulaciones, s. Cortes�a de la envidia. Congreso, s. Grupo de hombres que se re�nen para abrogar las leyes. Conocedor, s. Especialista que sabe todo acerca de algo, y nada acerca de lo dem�s. Se cuenta de un viejo ebrio que result� gravemente herido en un choque de trenes; para revivirlo, le vertieron un poco de vino sobre los labios. "Pauillac, 1873", murmur�, y expir�. Conocido, s. Persona a quien conocemos lo bastante para pedirle dinero prestado, pero no lo suficiente para prestarle. Grado de amistad que llamamos superficial cuando su objeto es pobre y oscuro, e �ntimo cuando es rico y famoso. Consejo, s. La m�s peque�a de las monedas en curso. Conservador, adj. D�cese del estadista enamorado de los males existentes, por oposici�n al liberal, que desea reemplazarlos por otros. C�nsul, s. En pol�tica americana, persona que no habiendo podido obtener un cargo p�blico por elecci�n del pueblo, lo consigue del gobierno a condici�n de abandonar el pa�s. Consultar, v.l. Requerir la aprobaci�n de otro para tomar una actitud ya resuelta. Controversia, s. Batalla en que la saliva o la tinta reemplazan al insultante ca�onazo o la desconsiderada bayoneta. Convencido, adj. Equivocado a voz en cuello. Conventillo, s. Fruto de una flor llamada Palacio. Convento, s. Lugar de retiro para las mujeres que desean tener tiempo libre para meditar sobre el vicio de la pereza. Conversaci�n, s. Feria donde se exhibe la mercanc�a mental menuda, y donde cada exhibidor est� demasiado preocupado en arreglar sus art�culos como para observar los del vecino. Coraz�n, s. Bomba muscular autom�tica que hace circular la sangre. Figuradamente se dice que este �til �rgano es la sede de las emociones y los sentimientos: bonita fantas�a que no es m�s que el resabio de una creencia anta�o universal. Sabemos ahora que sentimientos y emociones residen en el est�mago y son extra�dos de los alimentos mediante la acci�n qu�mica del jugo g�strico. El proceso exacto que convierte el bistec en un sentimiento (tierno o no, seg�n la edad del animal); las sucesivas etapas de elaboraci�n por las que un emparedado de caviar se transmuta en rara fantas�a y reaparece convertido en punzante epigrama; los maravillosos m�todos funcionales de convertir un huevo duro en contrici�n religiosa o una bomba de crema en suspiro sensible: todas estas cosas han sido pacientemente investigadas y expuestas con persuasiva lucidez por Monsieur Pasteur. (Ver tambi�n mi monograf�a "Identidad Esencial de los Afectos Espirituales con Ciertos Gases intestinales Liberados en la Digesti�n" p�gs. 4 a 687). En una obra titulada seg�n creo Delectatio Demonorum (Londres 1873) esta teor�a de los sentimientos es ilustrada de modo sorprendente; para m�s informaci�n se puede consultar el famoso tratado del profesor Dam sobre "El amor como producto de la Maceraci�n Alimentaria". Coronaci�n, s. Ceremonia de investir a un soberano con los signos externos y visibles de su derecho divino a ser volado hasta el cielo por una bomba. Corrector de pruebas, s. Malhechor que nos hace escribir tonter�as. Afortunadamente el linotipista las vuelve ininteligibles. Corporaci�n, s. Ingenioso artificio para obtener ganancia individual sin responsabilidad individual. Corsario, s. Pol�tico de los mares. Costumbre, s. Cadena de los libres. Cremona, s. Viol�n de alto precio fabricado en Connecticut. Cristiano, s. El que cree que el Nuevo Testamento es un libro de inspiraci�n divina que responde admirablemente a las necesidades espirituales de su vecino. El que sigue las ense�anzas de Cristo en la medida que no resulten incompatibles con una vida de pecado. Cr�tico, s. Persona que se jacta de lo dif�cil que es satisfacerlo, porque nadie pretende satisfacerlo. Cruz, s. Antiguo s�mbolo religioso cuya significaci�n se atribuye err�neamente al m�s solemne acontecimiento en la historia de la Cristiandad, pero que en realidad es anterior en milenios. Muchos la han cre�do id�ntica a la "crux ansata" del viejo culto f�lico, pero su origen se ha rastreado mucho m�s lejos, hasta los ritos de los pueblos primitivos. En nuestros d�as tenemos la Cruz Blanca, s�mbolo de castidad y la Cruz Roja, emblema de ben�vola neutralidad en tiempos de guerra. Cuadro, s. Representaci�n en dos dimensiones de un aburrimiento que tiene tres. Cuartel, s. Edificio en que los soldados disfrutan de parte de lo que profesionalmente despojan a otros. �Cui bono? (Expresi�n latina). �De qu� me servir�a, "a m�"? Cupido, s. El llamado dios del amor. Esta creaci�n bastarda de una b�rbara fantas�a fue indudablemente infligida a la mitolog�a para que purgara los pecados de sus dioses. De todas las concepciones desprovistas de belleza y de verdad, esta es la m�s irracional y ofensiva. La ocurrencia de simbolizar el amor sexual mediante un beb� semiasexuado, de comparar los dolores de la pasi�n con flechazos, de introducir en el arte este hom�nculo gordito para materializar el sutil esp�ritu y la sugesti�n de una obra, todo esto es digno de una �poca que, despu�s de darlo a luz, lo abandon� en el umbral de la posteridad. Curiosidad, s. Reprensible cualidad de la mente femenina. El deseo de saber si una mujer es, o no, v�ctima de esa maldici�n, es una de las pasiones m�s activas e insaciables del alma masculina. |
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